Todavía estoy a tiempo.
Aún puedo hablar del ayer sin que se borre tan rápido. Los días aparecen como dunas que mantienen su forma, pero tienen constantes y pequeños cambios. El viento siempre pega del mismo lado, y las curvas del hoy se asemejan a las de mañana pero no son las mismas. El recuerdo sopla del mismo lado, creemos que las cosas las recordaremos idénticas. Pero nada queda intacto en la memoria. No somos dueños de nuestra historia.
Ayer (que ahora es anteayer)me llené de odio. El odio salía de los poros, llenaba el espacio entre mis dedos, colmaba mi interior: la tráquea, los huesos, los pulmones; rebosaba en mis zapatos. Odio como energía contenida, rabia como músculos tensos, furia en gritos ensordecedores. En la radio La Renga me recordaba: "negra es mi alma, negro mi corazón". Intenté salir de ese odio con la velocidad de los cuerpos, con la impaciencia del lenguaje, con la presión de la mandíbula. Pero el odio seguía ahí. Expandiéndose a cada insulto, ensanchándose en cada salto, engendrándose por cada respiración, latido y parpadeo.
Entonces se calmó.
La imagen fragmentada apareció para soltar las mandíbulas, bajar los brazos, consentir despacio. Dos miradas más una sonrisa y el ensanche desapareció; o mejor, el odio siguió ahí, quieto mientras yo me sentía Alicia después de seguir la instrucción de la botella. La botella decía "bébeme", y yo hice caso, hice caso, hice caso. A lo lejos se veía aparecer un trozo de pan con el nada apetecible "cómeme", pero no lo comí. La idea del "Rat-race" en círculos me hizo desistir. Al fin y al cabo ya me había movido lo suficiente, ya había girado sobre mí y sobre los otros. Era hora de ver el odio desde arriba. Porque el día cambió. Y las dunas ya no eran las mismas. Y seguro, mañana -pensé- todo esto no lo podré escribir tal y como ahora lo imagino. Por eso dejarlo para después, esperar que el tiempo pase y que la excusa del pasado mañana sea suficiente.
martes, 11 de agosto de 2009
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