hay relojes.
hay relojes digitales, no hablan del tiempo. con un monótono ruido eléctrico pasan los segundos comprimidos en chips de silicio. mi padre nunca tuvo uno. la procastinación cobra nuevas víctimas y los rostros enfurecidos de hoy a las nueve de la mañana se combinan con los correos de tareas aplazadas y promesas incumplidas.
hay relojes que marcan los segundos mejor, con ese tic-clack que se convierte en audible de vez en cuando. son relojes grandes, viejos. mi padre tenía uno verde. siempre me gustó ver la hora ahí. los ojos se quedaban un tiempo en el segundero y lo veía avanzando furioso, obediente. son relojes con pilas planas que son cambiadas por viejos que tienen gafas obesas y huelen a naftalina.
hay relojes que no se cargan con pilas, sino con el movimiento al caminar. me gusta esa idea, agranda la idea del movimiento como emoción y lo convierte en motion-emotion-timing. te obliga a salir, a caminar, a realizar. si no te mueves, el tiempo no pasa para ti. mi padre tenía uno azul. y entonces me llega el recuerdo de philip dick y su idea del tiempo que no corre. quizá no estemos en este año, en este día. quizá aún esté en casa y, todavía, con dos años en la cabeza, esté viendo el reloj verde de mi padre, o quizá el azul. cuando aún servían, cuando el tiempo pasaba y yo podía sonreír.
lunes, 19 de abril de 2010
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