cuando el mundo suena, no siempre es sinfonía.

las llamadas son sincrónicas.

creen que es excusa, pero es cierto. hay un momento en el día en que todo sufre de esa neurótica necesidad de comunicarse. parece como si una campana sonara dentro del cerebro y la necesidad de hablar explotara. entonces empieza el ulular de sirena y te llaman la atención en cada rescoldo.
suena una conversación en el computador, el móvil vibra y está a punto de caer de la mesa, los teléfonos te reclaman, alguien oprime el citófono, tu gato maúlla pidiendo comida, el televisor se enciende sólo, el despertador desconfigurado salta a horas imprevistas, sientes la voz de la vecina que te necesita por primera vez en su vida, un libro se cae de la biblioteca, la loza se desliza y un plato se quiebra, el viento sopla fuerte y cierra una ventana de golpe, el hombre de la mazamorra toca su timbre dos veces en la calle.
pequeño remolino que hiere los oídos, caos totalizante que te sumerge. entonces debes tomar una decisión, atender a uno de esos llamados, sólo a uno. corres al teléfono para escuchar el último timbre antes del tiempo muerto y la música unitonal que dice: al otro lado no hay alguien. cuando intentas retomar los otros llamados todos se pierden. hasta escuchas el timbre de la mazamorra cruzar la esquina. entonces te sientas otra vez frente al computador, y sigues trabajando con la idea de no saber si el desorden fue cierto, si lo soñaste mientras escribías sobre literatura. optas por creerlo un desvarío de tu imaginación, pero en el fondo sientes el vacío de la incógnita. es esa la duda que no te dejará dormir esta noche.