lunes, 31 de octubre de 2011

digresividad crónica

no estuve muy atento en el colegio.
en tercero de primaria me sentaban al lado de un sembradío de coles. yo miraba la tierra con el deseo de ver cómo las plantas crecían. mientras los gusanos pasaba de una semilla a otra, matemáticas y sociales pasaban desapercibidas en el tablero. algo parecido me pasó en segundo: estaba al lado de una ventana desde la que se veía la cancha de fútbol donde jugábamos a atrapar arañas en cajitas de plástico. y en primero las ventanas daban a un patio de juegos. a eso se le suman cosas varias: en tercero, por ejemplo, tenía algo como un enamoramiento infantil: la bibliotecaria. paradójicamente era la novia de mi profesor homónimo (un único profesor para todas las materias). a veces aparecía en la puerta del salón y decía su nombre (mi nombre), me emocionaba pensando que había llegado al salón a preguntar por mí. después despertaba del sueño con el permiso que pedía el profesor para salir y con su sonrisa que aumentaba a medida que se acercaba al umbral hasta salir. algunas veces, pude verlos besándose tras la puerta del salón. pero no era de esto de lo que quería hablar. en realidad todos estos recuerdos que puedo enumerar por cientos, existen en detrimento de mi vida práctica hoy en día. es así como, seguramente, perdí la clase en la cual enseñaban qué significaba la palabra "cíclico". porque sólo hasta que tuve 25 años y me sorprendieron en una clase con la idea (muy de wordsworth) de la espiral romántica, lo cíclico lo asemejaba más a la imagen de la uróboros que a la de un resorte. pero ya era muy tarde, el daño estaba hecho y lo cíclico siempre tendería al retorno (no es gratuito que ahora tenga nostalgia de casa luego de alimentarme como lo hice este fin de semana. no sólo hice una hamburguesa idéntica a la que comí durante dos años [y pienso, que fue una de las mejores etapas de mi vida: acostado todo el día junto a Z, ver televisión y dormir por lapsos, leer de a pocos hasta que el libro caía sobre nuestras caras, despertar y leer otro poco en voz alta, salir a comprar las hamburguesas -siempre salía yo- y regresar para bañarnos juntos y volver a la cama. los días pasaban lentos, como si fueran lúbricos, oleosos. no hacíamos nada, pero esa nada estaba tan llena de sentido que el tiempo se alargaba entre los duermevela en que la ficción y la realidad se fundían ahora no sé bien si estamos construidos del material de nuestros sueños, o somos puro remanente material de esa esencia onírica única que fuimos, volví a la digresión], sino que hice de nuevo ese eterno revuelto que comí durante seis meses mientras hacía la monografía de grado y me parecía que cocinar quitaba mucho tiempo. todo eso me ha regresado a casa de nuevo. soy un proust de la fast-food en estos días, y eso me ha recordado que ahora siento que regreso otra vez. por eso la nostalgia, por eso la sensación de querer encontrar en los pequeños detalles las señales que me indiquen cómo voy a retornar, a qué tiempo, a qué espacio. por eso la nostalgia, porque el daño hecho hace que lo circular se muerda la cola para volver a existir. y bueno, demasiado de esta digresión), a un instante del pasado que tiende a convertirse en espejo refractante. es una de mis convicciones, estoy seguro de que eso es cierto algo parecido a un acto de fe en las coincidencias. por otro lado creía que el tiempo ocurría no de manera lineal, sino como un torbellino de viento zonda que choca objetos arrastrados por la fuerza desordenada de varias corrientes que se entrechocan. la combinación de esas dos teorías, las cuales manifiesto credo absoluto de mi parte, hace que no entienda bien lo que pasa justo ahora. qué fuerzas del pasado y el futuro se cruzan en qué parte de mi historia para que sienta que todo se convierte en un sueño en el que soy objeto pasivo. anoche soñaba que estaba en un edificio, y que se quebraban sus bases y yo estaba en el piso 38, y el edificio caía, y yo caía con el edificio. y mientras me llenaba de vacío el pecho y miraba el piso acercarse desde una ventana quebrada, sólo podía pensar en cómo algo con cimientos tan fuertes podía estar en caída libre. si es fuerte no cae, si es sólido no se desvanece, si es material no se escurre por los poros. pero al parecer es así. las enseñanzas zen sobre nuestra inexistencia y el hecho de que seamos en nuestra mayoría huecos, así lo demuestra. pero dejo esta digresión de digresiones. siento que escribo para un analista que me pide asociaciones libres. la cosa es que estoy en medio del viento zonda, sin ancla, con los ojos cerrados por el polvo que se ha metido en las mucosas. siempre es igual cuando todo concluye.

2 Comentarios:

Anónimo dijo...

Soñé que amaba a un hombre que me rechazaba. Desperté pensando que era una epifanía.
Luego todo fue cíclico, su cinismo repetitivo, ya no dirigido a mí.
Quizá, sólo puede adorar, en lo que el verbo tiene de distancia.

Rodrigo Bastidas dijo...

Las sombras de las personas y de las cosas se iban volviendo más y más solidas hasta invertir posiciones, hasta que las personas y las cosas reales no eran más que la proyección inanimada de esas sombras que cobraban vida y se iban apoderando del planeta (...) Llegaba un punto en que mi enfermedad estaba tan avanzada que lo irreal se te confundía cada vez más con lo real. Ya no podía diferenciar una cosa de otra. (Rodrigo Fresán)

Publicar un comentario