miércoles, 9 de noviembre de 2011

grrrrrr, ¡waf! waf... grrrrrr, ¡waf!

un perro casi me muerde.
llegaba tarde a casa. un tirón en la pierna. raspaduras en las dos rodillas. bruma en el cerebro. la maleta pesaba demasiado en los hombros. al salir estaba liviana. seguro la llené con frustraciones. pesan y nunca faltan. la cabeza me dolía como nunca. los pies se arrastraban. llegar a casa. día fatal. y de la nada un perro me muestra sus dientes. arruga el hocico, me ladra dos veces. no sale de la nada en realidad. está justo frente a los seis linyeras que duermen frente a la inmobiliaria. uno ronca. paso frente a ellos. en mis manos llevo mis llaves atadas con una cadena. el perro ve las cadenas, seguro antes le pegaron. ve mis llaves,está a menos de un metro. lo veo. mi tío me decía que nunca mirara a un perro a los ojos, seguro se te lanza, me repetía. pero por un momento su mordisco me parece un tesoro esperando. sus dientes agudos rompiendo mi carne, lo imagino un segundo y la escena me parece poética, casi que obvia. terminar el día de la manera más coherente. pero no me atrevo a avanzar. si lo hago se lanza, pero despierto a seis linyeras, y es tarde y no quiero explicarles que fui yo, que casi le ruego al perro por el desgarrarse de la carne, que es poético, que a retórica dejó de importar hace rato. entonces lo miro de nuevo y me ladra dos veces. deja de importarme si me muerde o no. así que doy la vuelta y me alejo. me ladra de nuevo y nunca lo vuelvo a ver. pero su rostro violento, su actitud desafiante, sus dientes que destilaban rabia. cómo me gustaría ser él. quería que con su mordisco me transmutara su odio. pero desde pequeño me enseñaron a agachar la cabeza, aceptar todo como viene, no alzar la voz y tratar de usted a una persona que creo más importante que yo. casi siempre hablo de usted. así que pienso en el perro, en la pierna desgarrada, en la sangre que sale de las heridas. agacho la cabeza. quiero gritar al cielo, pero eso no me lo enseñaron de pequeño. hombre bomba entro a casa, me ducho, tomo mucha agua que diluya lo-que-sea-que-me-pasa. miro el cielo raso y grito. despacio. grito-susurro. entonces decido que haré lo mejor que puedo hacer, lo único que he hecho en la vida: comprimir mi cuerpo, mi mente, mi alma. y dejar que el mundo siga su paso mientras se agotan algunos de los cuatro mil millones de latidos. no estoy para nadie, pienso. a menos que un perro callejero quiera entrar a casa y dar un buen bocado.

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