domingo, 20 de noviembre de 2011

objeto indirecto en encuentro fortuito

demasiados encuentros fortuitos.
más de los que quisiera. pero no son míos, tienen algo de ajenos. tienen mucho de foráneos. todo viene de uno de los días que más recuerdo del colegio: el momento en que me enseñaron qué era un objeto indirecto y un objeto directo. creo que esa clase cambió mi vida. es verdad. hijo de una familia católica, estaba convencido que la existencia del ser manaba de su esencia, casi como si existiéramos antes de nuestra materialidad. pero cuando me enseñaron el objeto indirecto, noté que ese objeto como tal existía sin necesidad de tener una acción específica en el mundo, más que recibir la acción del otro. esa idea no me dejó dormir por varios días: el hecho de que la inacción conllevara marca de existencia me parecía errónea pero tan simplemente lógica y coherente que no podía negarla. es desde ese día que me di cuenta que las cosas no son accionadas por lo que yo hago, sino que soy un sujeto de segundo orden en el accionar de alguien más: un objeto indirecto cuya existencia se establece no por la acción, sino por la recepción. como un chiquito que actúa de árbol en la obra del colegio. yo fui conejo en esa obra, pero me dejaron al fondo, tapado por un par de gigantones disfrazados de gallina y perro. pero regreso, en el caso de los encuentros fortuitos soy quien posibilita la movilización del sujeto principal, pero no tiene una acción positiva en sí, sino una pasiva. un ejemplo para eso. camino frente a la facultad son las seis de la tarde, aún hay mucha luz en el cielo. paso al lado de un tipo que sentado en una grada me pide que le regale dos pesos. es un mendigo, aunque es demasiado joven y está muy bien vestido para considerarlo tal. le digo que no tengo y sigo el camino. en dos segundos tengo un satori en el cual sé que lo conozco, sé que es el mismo tipo que tres semanas atrás (en la noche que quiero llamar aciaga, porque fue esa noche cuando el declive rápido empezó y en lugar de tirar de una balsa de salvamento me fui a celebrar con la banda que tocaba mientras el barco hacía agua) me había tomado la mano y me había llamado un colombiano puto. seguí y a mis espaldas escuché la voz del hombre al decirme: "disculpe si lo molesté". él, con esa frase, estaba salvado, redimido: un raskolnikov saliendo iluminado de su crimen. ¿y yo? receptor puro de la redención de otro. las cosas le pasaron a él, y yo me convertí en instrumentalidad. mecanismo que produce la caída y el resurgimiento poético sin esencia actancial posible. pero no es el único. hay más casos que espero no olvidar antes de ponerlos en palabras. la chica venezolana del candombe, el día que fui wingman. y entonces regreso al día aciago, el día que se me presentaba la oportunidad de actuar y decidí la opción incorrecta, la elección errónea (tengo ahora la cara del concursante que ha descubierto que tras la cortina hay una licuadora). a veces quiero otro chance, lo busco en calles y en buses y en casas y en parques. estoy al asecho de opciones de movimiento. espero que esta vez tome la decisión correcta. aunque por lo general la idea de ser un objeto indirecto en encuentros fortuitos no es mala. ya la conozco bien. es mi terreno conocido, así que vuelvo a él, una y otra vez con los brazos abiertos y los ojos cerrados a las contingencias que me rodean y me puedan obligar a actuar.

1 Comentarios:

Anónimo dijo...

yo he sido sujeto tácito indescifrable

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