jueves, 1 de diciembre de 2011

voy por mis restos.

no necesito decirlo. soy obsesivo.
quien quiera que haya leído un par de estos escritos lo sabrá. apuesto y me obsesiono. pero mi obsesión tiene un problema mayúsculo: apuesto mal. primer recuerdo de apuestas. salgo con cinco amigos, estamos en la época de hormonas altas y dinero en el bolsillo. ese extraño momento en que trabajas y sabes que tienes dinero para gastar y aún te sientes un adolescente que puede dormir en el vano de una puerta cualquiera. entonces salimos despavoridos a buscar sensualidad en las piernas de un café superficial. las chicas visten disfraces minúsculos y ofrecen cerveza como si fuera néctar de los dioses. sonríen al pedir un sorbo de alcohol mientras un amigo se apodera de una botella de whisky dejada al azar a nuestros hambrientos organismos. veo a una de las chicas untándose aceite para bebés en las piernas mientras me sonríe, y el choque de la imagen contrastante me despide como si una fuerza centrípeta me levantara cual viento sur. salgo. aún tengo dinero en el bolsillo y una botella de whisky en la mano. acabo el trago de un sorbo (largo) y me dirijo al casino cruzando la calle. un carro me intenta atropellar y falla en el intento. me siento en una mesa de póker (¿o 21? no lo recuerdo) y dejo un billete grande sobre el paño. el dealer lo recoge y me pasa las cartas. veo manchas rojas y negras. algún rey que me sonríe socarronamente y las fichas que se van como el polvo en el viento. T llega apresurado al casino, me que entré y se sienta a mi lado. me pregunta por qué lo hago, me dice cómo podría gastarme ese dinero con un beso falso de la colegiala que me sonrió en el café. le digo que no me importa que lo quiero hacer. mira mis cartas y abre los ojos. las dejo en la mesa y grito que volví a perder, me dispongo a perderlo todo. las palabras que Z me decía al oído: "apuesto mi vida, igual la llevo perdida". T me dice que tengo algo, que gano, que no sea idiota. le doy las cartas, él las abre y a cambio le dan un cerro de fichas. cambio las fichas y en caja me entregan el mismo billete ajado que di a la entrada. en la mejor apuesta de mi vida no gané: quedé en tablas. siempre apuesto, por mujeres, por vidas, por destinos, por climas, por espacios, por tiempos. aún así, mi mejor apuesta sigue siendo una noche en la que recuperé el dinero para pagarle a T un beso plástico a las tres de la mañana. pero no dejo de apostar. soy un obsesivo. quien quiera que haya leído un par de estos escritos lo sabrá.

1 Comentarios:

Arrowni dijo...

... no es por jugar al niño diccionario, ni dar orden, ni prestar ritmo o rima convenientes a una frase, ni por gajes del oficio, ni evidencia, ni por la filosofería penosa que a tantos nos gusta. En verdad, es cual reconocer el sabor del vómito, a veces agridulce o saladito, los pies pesados de tanto dormir, o que uno está aburrido o ya muy viejo para estos trotes. Constatar. No se sale tablas en las apuestas.

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